Pasando de tinta a teclado
No tenemos electricidad, pero tenemos un panel solar que nos genera luz para cenar.
No tenemos heladera, pero tenemos comida fresca cada día para almorzar.
No tenemos ni microondas ni horno pero tenemos leña para el fuego avivar. Y qué rica es la comida cocinada a leña, por favor.
No tenemos un baño con inodoro, videt, ducha y lavatorio. Pero tenemos una letrina entre cuatro chapas con la que practico puntería, un balde de agua fría para despertarme con el baño matutino y una palangana con jarra roja para lavarme las manos.
De espejo ni hablemos. Pero te digo que me gusta bastante no preocuparme por mi apariencia, que si me sale un grano, que si estoy despeinada, que si blablabla. Y en cambio, me ocupo de ver mi reflejo en la gente que me rodea. Son las personas que notan y me reflejan si estoy feliz, cansada, con nostalgia o con dolor de panza.
Acá hago una pausa y me digo principalmente a mi, que con todo esto no quiero romantizar la pobreza. Me enfoco en lo que tenemos hoy y principalmente en cómo lo vive la gente de acá todos los días. Porque yo puedo hablar como si fuese una experta pero la realidad es que soy una novata, que no la tengo ni un poco clara y que como experiencia todo muy bonito. Pero los que la luchan 24/7 acá son ellos. La falta de recursos no es algo que lo viven con alegría. No son felices con lo poco que tienen. Son felices porque su cultura es alegría, compartida, gratitud, comunidad, música y colores. En mi opinión, deberíamos dejar de pensar lo típico “ay que lindos y que felices son con tan poco”. Hay muchas carencias, mucha injusticia, mucha falta. No juzguemos tanto y respetemos más.
Así como falta mucho, abundan de simpleza que es de lo que hoy un poco hablo y registro.
Las tardes son de un calor que no les puedo ni explicar. Pero las sombras de los árboles son lo que nosotros llamaríamos ventilador o aire.
La música de los pájaros a toda luz del día y el despertador del gallo a la madrugada te hacen olvidar de cualquier alarma o spotify.
Cargar el celular es ir al puestito de chapa del “centro” a que te lo cargue a cambio de 10 chelines. Sí, dejas tu celular ahí y cuando se termina de cargar lo volves a buscar.
No tenemos un menú muy variado, entre siete comidas, vas a intercalar toda tu estadía. Pero te aseguro que las manos de Diana y Jane hacen que esperes ese momento todos los días. Y no te digo si ese día toca chapatis, ya todos saben que son mis preferidos y la gordapochi baila cada vez que son servidos en la mesa. Si somos dos o veinte personas, siempre va a haber comida en la mesa para cada uno. Eso seguro.
Uno de los rituales que más me gusta es, antes de comer, uno siempre agarra la jarra y la palangana y les lava las manos a todos los que están presentes. Es un gesto que me emociona recibir y de la misma manera dar. Es servicio, es pausa, es respeto. A los ojos siempre nos miramos y nos decimos Erokamano. (Gracias en Luo)
Erokamano Rusinga.